Los meses de mayo y junio han sido uno de esos momentos en la vida donde el reto se entremezclaba con el deseo de consecución, donde los imponderables se entrelazaban con la satisfacción de estar inmerso en aquello que, si bien te aportaba un cierto grado de presión, te fascina y motiva, que te aporta energía tras la culminación de las metas, a veces fortuitas, pero que al final y al cabo, son las que se te habían planteado.

El concierto sería ese mismo viernes y el marco, como acostumbra a decirse, era incomparable, del todo pertinente para la interpretación del concierto en La Mayor para violín y orquesta de cuerda del maestro de Eisenach, la Iglesia de la Compañía, y que a pesar de la notable competencia que suponía la final de la Copa del Rey, casi nada para nuestro contexto nacional, contó con no poco público. Muy de agradecer y una responsabilidad añadida ante la necesidad de devolver algo de la motivación que ofrecían los asistentes.

El concierto llegó y al salir al estrado sentí un enorme río de energía que me subió de pies a cabeza, pleno de felicidad por ese momento, con unas de mis obras preferidas, rodeado de gente que vivía la música con pasión y con unas terribles ganas de disfrutar, y eso hice, y eso hizo la orquesta, y eso hizo el público con toda seguridad a tenor de su reacción final. Pronto publicaré, con permiso de la orquesta, algunos fragmentos de lo grabado, ya que me siento muy feliz con el resultado.
Mil gracias a Capricho Español, una semana inolvidable, un concierto emotivo para mi y, sencillamente, deseando volver a trabajar juntos. Un abrazo.